domingo, 20 de febrero de 2011

Inicios que impactan

Es impresionante como una historia puede atraparte simplemente desde los primeros acontecimientos narrados. No cabe duda que el inicio es una de las partes más importantes de una novela y también una de las más difíciles de escribir. ¿Cómo crear una escenario contundente que atrape a la primera al lector? Eso es algo que aún no soy capaz de lograr cuando me propongo escribir algo. Pero no importa, hay muchos que sí lo han logrado y, justamente, voy a dar algunos ejemplos. 

Me gustaría empezar con una novela histórica: Calígula de María Grazia Siliato:
El joven emperador salió de la sala isíaca y entró en el criptopórtico.

     La luz de los candelabros de bronce  era mortecina y la solemne galería estaba desierta. Con sorpresa que enseguida se tornó inquietud, el emperador se percató de que se encontraba solo. Buscó con los ojos a Calixto, aquél griego nacido en Alejandría que hasta apenas un momento antes había permanecido servilmente a su lado, miró hacia atrás y vio parecer al fondo la imponente figura de Casio Quereas, el fiel comandante de las cohortes pretorianas, que lo seguía.

     Se tranquilizó y continuó andando. Lamentó no haber dejado que Milonia lo acompañara; y no sabía que ese pensamiento era el último que dedicaba a su vida normal. Se volvió de nuevo un instante. Detrás de él, Quereas también estaba solo. Alarmado, ahora sí, el emperador se preguntó "¿Dónde se han metido los demás?". A su espalda, Quereas se acercaba rápidamente. El emperador percibió demasiado apresuramiento en el paso; y de pronto intuyó que, después de tantas conjuras afortunadamente frustradas, la muerte había anidado su casa. No tuvo tiempo de volverse otra vez: un golpe en la espalda, una penetración glacial, pérdida del equilibrio, falta de aire. Un súbito recuerdo lo asaltó: "La hoja de un cuchillo en los pulmones es eso: un impacto, una sensación de frío, ningún dolor...", había dicho en Siria, años antes, su padre.
De ésta manera inicia el relato de Calígula, una novela que me atrapó desde el principio y que cambió mi percepción con respecto a uno de los "más grandes tiranos de la historia", y que también es una de mis favoritas.

Ahora doy paso a Sentimiento de culpa, un cuento de Vicente Leñero:
Para fotografiar las lagunas, Brenda se aproximó a la orilla del precipicio, y le pidió a Germán que se acercara,  quería entregarle su bolso para manejar con más comodidad  la cámara, a pesar del miedo al vértigo que le producían  las alturas Germán caminó muy despacio hasta donde se encontraba su esposa, pero en el momento de recibir de ella el bolso, de repente, con un ademán instintivo, con un gesto que nunca hubiera imaginado realizar, le dio un empujón con la mano abierta, suficiente para que Brenda se precipitara  en el vacío.
Para continuar, cito el caso de Ensayo sobre la ceguera de José Saramago:

Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación, o embotellamientos, si queremos utilizar la expresión común.
     Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta, Estoy ciego.
Ésta es una historia que impresiona, nos hacer reflexionar acerca de lo que somos capaces, los hombres, en situaciones adversas. Sobre todo después de que un país entero se vuelve presa de una ceguera blanca...

Y por último, pero con un comienzo no menos impactante, está La reina del sur de Arturo Pérez-Reverte

Sonó el teléfono y supo que la iban a matar. Lo supo con tanta certeza que se quedó inmóvil, la cuchilla en alto, el cabello pegado a la cara entre el vapor del agua caliente que goteaba en los azulejos. Bip-bip. Se quedó muy quieta, conteniendo el aliento como si la inmovilidad o el silencio pudieran cambiar el curso de lo que ya había ocurrido. Bip-bip. Estaba en la bañera, depilándose la pierna derecha, el agua jabonosa por la cintura, y su piel desnuda se erizó igual que si acabara de reventar el grifo del agua fría. Bip-bip. En el estéreo del dormitorio, los Tigres del Norte cantaban historias de Camelia la Tejana. La traición y el contrabando, decían, son cosas incompartidas. Siempre temió que tales canciones fueran presagios, y de pronto eran realidad oscura y amenaza. El Güero se había burlado de eso; pero aquel sonido le daba la razón a ella y se la quitaba al Güero. Le quitaba la razón y varias cosas más. Bip-bip. Soltó la rasuradora, salió despacio de la bañera, y fue dejando rastros de agua hasta el dormitorio. El teléfono estaba sobre la colcha, pequeño, negro y siniestro. Lo miró sin tocarlo. Bipbip. Aterrada. Bip-bip. Su zumbido iba mezclándose con las palabras de la canción, como si formase parte de ella. Porque los contrabandistas, seguían diciendo los Tigres, ésos no perdonan nada. El Güero había usado las mismas palabras, riendo como solía hacerlo, mientras le acariciaba la nuca y le tiraba el teléfono encima de la falda. Si alguna vez suena, es que me habré muerto. Entonces, corre. Cuanto puedas, prietita. Corre y no pares, porque ya no estaré allí para ayudarte. Y si llegas viva a donde sea, échate un tequila en mi memoria. Por los buenos ratos, mi chula. Por los buenos ratos. Así de irresponsable y valiente era el Güero Dávila. El virtuoso de la Cessna. El rey de la pista corta, lo llamaban los amigos y también don Epifanio Vargas: capaz de levantar avionetas en trescientos metros, con sus pacas de perico y de borrego sin garrapatas, y volar a ras del agua en noches negras, frontera arriba y frontera abajo, eludiendo los radares de la Federal y a los buitres de la DEA. Capaz también de vivir en el filo de la navaja, jugando sus propias cartas a espaldas de los jefes. Y capaz de perder.
     El agua que le caía del cuerpo formaba un charco a sus pies. Seguía sonando el teléfono, y supo que no era necesario responder a la llamada y confirmar que al Güero se le había acabado la suerte. Aquello bastaba para seguir sus instrucciones y salir corriendo; pero no es fácil aceptar que un simple bip-bip cambie de golpe el rumbo de una vida. Así que al fin agarró el teléfono y oprimió el botón, escuchando.
Todas y cada una de las historias antes mencionadas tienen inicios que atrapan, pero asimismo tienen finales inesperados.

1 comentario:

  1. y que decir de "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo."... enorme, simplemente enorme... saludos Anayatzin

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